Desde hace días viene a mi cabeza la pregunta: ¿Qué ha pasado con la relación entre el arte, la estética, la arquitectura, la ciudad y los ciudadanos?
Últimamente he pensado que esta relación se ha deteriorado debido a que vivimos inmersos en una cotidianidad monótona cuya única finalidad es la de producir, subsistir y consumir como último fin.
Estamos dejando de lado una de las experiencias más interesantes que puede vivir una persona: la experiencia estética.
El arte ha pasado a ser ese objeto de consumo que posee un valor superficial en estos tiempos de supervivencia ante la crisis. En Mérida, el arte escasea, a pesar que tenemos una Facultad de Arte en
Para mucho en la monótona cotidianidad existe una estética latente, aquella que Warhol trato de mostrar en tiempos donde el academicismo de las Bellas Artes y la abstracción de las vanguardias de la modernidad figuraban en varios rincones.
Pero en esta postmodernidad de consumo, lo cotidiano es lo mediático, lo regular, y lo corriente, es el stablishment y status quo. En esta particular era donde el objeto y su consumo es el fin último del hombre, nuestro espíritu de alguna manera nos está haciendo saber que necesitamos un escape que nos aproxime a otras miradas.
La cotidianidad y lo que en palabras de Baudrillard sería esta hiper-realidad nos está coartando nuestra capacidad de asombrarnos, entre lo barroco de las telenovelas y el figurativismo extremo de los noticieros, la necesidad de superar la crisis económica, la inseguridad de nuestras calles, etc., factores que están adormeciendo nuestra mente. Ya muy poca gente experimenta de forma sincera una buena película, se extasía con buena música, esa música que nos transporta al reino de lo onírico.
Con la arquitectura sucede lo mismo. Desde hace tiempo la arquitectura ha dejado de ser un elemento capaz de ofrecernos una experiencia estética. Nuestro contexto actual está convirtiendo a los arquitectos en personajes meramente técnicos. Se mira con desdén aquel que intenta hablar de la semiología, la historia, el significado y la relación del hecho arquitectónico con el marco epistemológico de nuestra cultura (tan particular) y nuestro propio Zeitgeist. La metáfora ha cedido puesto a una infinita repetición de materiales, tipologías y elementos; y la interesante dislocación y articulación de los espacios se han extinguido frente a la linealidad, lo estático y lo predecible.
En estos momentos, si analizamos la arquitectura de nuestras ciudades desde una perspectiva crítica e histórica, nos damos cuenta que lo único que representa es la incapacidad de algunos que creen que hacer arquitectura es resolver la cantidad de metros cuadrados para obtener un máximo de ganancias. Pero de éste tema en específico espero poder escribir pronto con mayor detenimiento y ahínco.
En tiempos de crisis el arte y la arquitectura deberían jugar un papel importante para el espíritu de los ciudadanos. Cada día que pasa necesitamos más esos elementos expresivos que se convierten objetos significativos que pueden suscitar sentimientos. Necesitamos de vez en cuando (y más a menudo de lo que creemos) transgredir los bordes de lo convencional, posicionarnos en lugares donde la expresividad de las composiciones ya sean de palabras, colores, formas, texturas y espacios nos lleven. De ésta forma lograr apreciar cosas desde diversas perspectivas, y darnos cuenta que la cotidianidad, en la mayoría de los casos, nos priva de todo un mundo de contenidos filosóficos y espirituales que trascienden hacia planos donde se encuentra la verdadera seducción de lo que llamamos contenidos universales.
@ArqCesarTorres