jueves, 1 de septiembre de 2011

Nihilismo ciudadano


No deja de asombrarme y parecerme casi absurdo, el estado de deterioro al que hemos dejado llegar a nuestras ciudades. La indiferencia hace eco en cada esquina, cada calle y cada plaza que vemos.

Pareciera que ya no vivimos en una ciudad de “ciudadanos” sino en una ciudad de autómatas, sin un sentido de pertenencia por nuestro ámbito ambiental natural y construido. La ciudad se ha vuelto un cuerpo ajeno y difuso que se manifiesta a través de las ventanas de nuestras oficinas, casas y vehículos. Nuestra afinidad, nuestro vínculo con el contexto que hace tiempo era símbolo de una modernidad que nunca termino de llegar, se ha desvanecido.

Los arquitectos, planificadores y todo un grupo de profesionales que nos relacionamos de forma directa con los procesos modeladores de las ciudades, sufrimos de la perdida de una certeza que la academia una vez trato de insertar en nuestra mente, que es el sentido de lo público como espacio construido para el hombre para el desarrollo y desenvolvimiento de nuestras experiencias. Estamos viendo como la ciudad se configura a través de los remanentes que dejan los nuevos edificios en construcción; es la sumatoria de todos esos retazos y despojos que se insertan en medio de los nuevos desarrollos habitacionales.

Al igual que las personas que no tienen que ver con la planificación urbana, la indiferencia se ha convertido en una suerte de nihilismo negativo para el arquitecto, donde el sentido de urbe se ha perdido, donde el confinamiento de la vida se va reduciendo a los ámbitos que pueden ofrecer una seguridad ya sea real o virtual. De la casa al trabajo, del trabajo al “super”mercado, de ahí de nuevo a la casa y en el ínterin, el marco de lo urbano, desesperante por su caos y el estrés que éste produce.

Los ciudadanos nos hemos conformado con la seguridad que nos ofrecen nuestras casas y nuestros trabajos, la inseguridad, el caos y el deterioro de los espacios que conforman la trama urbana se han transformado en “ese indigente que no hay que mirar mucho para que no nos moleste y nos pida una colaboración”

La ciudad ha dejado de formar parte de nuestra memoria, y nuestra indiferencia se manifiesta a nuestro alrededor, invisible para algunos, abrumador para otros.

El fracaso de las ciudades tradicionales es evidente y la sostenibilidad de éste modelo actual caótico sin planificación y sobre todo sin participación de los ciudadanos, es inviable. Los valores sobre los cuales fueron pensadas las distintas localidades han mutado y la velocidad con la cual cambian es asombrosa, lo que no hace posible que los remanentes de la academia de lo cuantitativo, fruto de la modernidad, le puedan hacer frente.

Nosotros los arquitectos y planificadores debemos tomar una actitud nihilista positiva, que nos permita desvincularnos de los esquemas tradicionales-modernos de planificación y superar los habituales prejuicios que nos dejan los actuales modelos de gestión urbana, donde la cultura, la historia y esta hiper-modernidad en la que vivimos, confluyan para poder hacer ciudades que permitan que en ella habiten ciudadanos de verdad.

Pero la relativa comodidad de nuestros ámbitos privados nos adormece. En las ciudades de la escasez, de calles transitables, de espacios públicos, de seguridad, de iluminación, etc., lo básico es lo prioritario, y pareciera que mientras la gente tenga su “techo”, su “salario” y su “derecho a consumir”, lo demás es un lujo al cual no pueden aspirar.

Lo delicado de todo esto, es que para nosotros ya es natural que nuestros espacios se reduzcan, y la ausencia de la “civitas” es una constante que se esparce muy rápidamente.

@ArqCesarTorres

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